martes, 19 de julio de 2016

A la espera



Seguramente cada día de mi vida, después de poner en funcionamiento mi lento y desfasado motor de vitalidad, siempre esperé algo de la luna. Pienso que más o menos vivía y hacía, con la esperanza de que al anochecer se vieran recompensadas mis absurdas y bíblicas flagelaciones. Es triste reconocer que la mayoría de tardes, cuando se aproximaba la oscuridad y empezaba a aflorar la ilusión de la sorpresa, si juzgaba el merecimiento de una noche mágica según los méritos de ese día, siempre salía condenado a la mísera nada. Y nunca eso me frenó para repetir el mismo ritual día tras día, verano tras verano, purgatorio tras purgatorio. Ya no vivo así todos los días. Ha habido muchos días que incluso no he querido levantarme porque esperaba que la noche me trajese una tormenta. Es más, hubo miles de tormentas seguidas. Y lo peor es que mientras las escuchaba llegar, nunca creí que fueran merecidas.