lunes, 9 de noviembre de 2009

Todo el mundo quiere a Sara. Entrega IV


... los nueve meses pasaron apresuradamente lentos para Mireia y para Sara. Nueve meses de gritos y mentiras, de llantos y de risas (injustificadas), de drogas y de ácido fólico, que afectaron a la tranquilidad que requería Sara. Por este motivo, porque Mireia sabía que las cosas no podían seguir así y porque los pezones de Samanta estaban destinados a fines más comerciales, una apacible y gris mañana de invierno, Sara lloraba pidiendo auxilio a las puertas de una parroquia de barrio, donde Mireia (como en los viejos tiempos) había buscado una solución a sus problemas personales y espirituales al mismo tiempo. Fue Marisa, la encargada de limpiar cálices y túnicas, la que encontró aquellos ojos grises (no les había dado tiempo a tener su color verde definitivo) y aquel pelito rizado a las 8.00 de la mañana, con un llanto que gritaba pero sin molestar y una frase en su mirada en la que pedía perdón por todo...

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