viernes, 26 de febrero de 2010

Todo el mundo quiere a Sara. Entrega VII




... y así pasaron los primeros años de Sara, pensando que la abuela Lola era la persona que le había dado la posibilidad de estar en el mundo de los vivos, sin saber que en realidad era la persona a la que más lloraría cuando viajara al mundo de los muertos. 

Mientras Lola y Sara se hacían indispensables la una para la otra (el abuelo Alfonso seguía apartado de la vida familiar argumentando motivos laborales), Dolores salía poco a poco a flote en sus pretensiones más egoístas. Ya con un saneado fin de mes, salía en busca de piropos susurrados y de regalos con notas escritas a mano. 

No tardó mucho tiempo en encontrar, después de mucho probar, al que quería que le calentase la cama en las frías noches de invierno, el que trabajase por dos y cobrase por tres, el que tuviese detalles constantes hasta que no le dijesen lo contrario.

Mientras su madre retrocedía varias décadas, Sara se hacía mayor. Ya iba a la guardería de su barrio y como siempre no tuvo ningún problema de adaptación. Por las mañanas, junto a la abuela, entraba con una gran sonrisa, dentro comía la comida envasada, que le traían desde un polígono industrial cercano, sin rechistar y cuando llegaba la hora de salir, se abrazaba con fuerza a la abuela y con compasión a mamá, los días de luna llena...

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